1.- Confiar en el niño. Cada ser humano conoce, desde un inicio, cuál es su necesidad a la hora de desarrollarse. Los peques siguen intereses diferentes y nuestra tarea es preparar el ambiente y dejar que el aprendizaje tenga lugar. Por ejemplo, cuando nuestro peque comienza a andar y se obsesiona con subir y bajar escaleras, es porque tiene la necesidad de perfeccionar esto a través de la repetición. No lo hace por buscar límites, ni por imprudencia. Si leemos esta necesidad y les mostramos un espacio en el que poder hacerlo (en casa si tenemos, con una escalera pikler, con algunos escalones donde tengan supervisión…) evitaremos que trepe por el sofá o que suba a sitios más peligrosos. Si repetidamente anulamos sus necesidades o tratamos de modificarlas, los peques dejarán de escucharse a sí mismos para pasar a obedecernos ciegamente y complacernos con lo que pedimos, pero entonces esto se alejará de que sepan en un futuro entender sus emociones y necesidades ¿Recuerdas el término de la alexitimia?

2.- Un rico ambiente de exploración. Esto no implica que los materiales alrededor sean caros, sino que el peque pueda disfrutar de opciones variadas: movimiento libre, contacto con naturaleza, lectura, juguetes, materiales sensoriales… Como comentaba en el punto anterior, el ambiente se puede modificar según las necesidades que veamos en nuestro peque. María Montessori recomendaba el uso de materiales reales por encima de los juguetes: un cajón en la cocina con elementos a su alcance es mucho más rico en aprendizajes que una cocinita de juguete, puesto que en la cocina puede compartir espacio y tiempo con nosotros (sentido de pertenencia) y además desarrollar habilidades reales que le van a ayudar en el futuro (cortar un plátano cuando tenga hambre en lugar de ofrecernos 15 cafés ‘de mentira’). Esto no significa que no puedan tener juguetes, ni muchísimo menos, pero mi recomendación siempre es que sean desestructurados y con posibilidades ilimitadas antes que muñecos que solo den lugar a una posibilidad de montaje o tipo de juego.

3.- Tiempo. Tiempo y amor son los dos ingredientes básicos en todas las recetas. Dale tiempo para explorar, para moverse, para hablar y ganar vocabulario… y para generar conexión. Se pueden buscar 15 minutos al día sin prisas para poder fomentar esto y de paso entrenar nuestra atención plena.

4.- Una base segura. En ocasiones anteriores hemos hablado de la importancia de ser apoyo para que desarrollen un apego seguro. Tanto proteger el entorno (enchufes, objetos punzantes, calles con tráfico…) como la base emocional son imprescindibles. Entender y aceptar cómo son, mostrar incondicionalidad, darles libertad para explorar, ayudarles a entender lo que les pasa…

5.- Desarrollar el sentido del asombro. No podemos olvidar que somos el modelo para ellos. Preguntarles qué les interesa, cosas sobre el mundo, compartir conversaciones sobre ello, mostrar cosas nuevas… y entender que necesitan tocar y sentir para aprender. La mente absorbente registra lo que ve, pero sobre todo lo que pasa por sus manitas, incluyendo barro, pintura, agua… Si ven que algo nos fascina, probablemente querrán tomar parte y sentirlo también.

Te propongo escoger un momento durante esta semana y emplear tus cinco sentidos en ello. Solo por 10 minutos: deja el móvil lejos, hazte un café y decide ponerte a observar algo, puede ser lo que tu peque esté haciendo en ese instante. Párate a pensar en cómo huele ese momento, qué están tocando tus manos, qué emociones percibes, qué cosas te hacen feliz que vienen de ese pequeñín… y verás como todos los sentidos intensifican tu percepción. ¡Así viven el mundo ellos cuando te tiran del brazo y se agachan a coger una piedra, y así queremos que lo sigan viviendo!

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