Etiquetas: ¿definen o limitan?
Laura
31 jul 2022
¡Hola, hola! Hoy vamos a hablar sobre un tema que es un poco complejo, y que puede incidir en nuestro autoconcepto mucho más de lo que pensamos: las etiquetas.
Tenemos un rico lenguaje que nos permite poner palabras a nuestros sentimientos, describir lugares, cosas…y, por ende, a las personas. En muchas ocasiones, las palabras nos permiten expresarnos y dar matices, pero hay veces que estos adjetivos, cuando se asocian de manera repetida a una persona o a un comportamiento, pueden empezar a no ser solo descripciones positivas… ¿A qué me refiero con ello? ¡Veamos!
Según la RAE, uno de los significados de “etiqueta” es “calificación estereotipada y simplificadora.” A mi parecer, es una descripción concisa pero que incluye bastante información sobre el significado o el impacto que puede generar. La palabra “estereotipo” se define como “imagen o idea aceptada comúnmente por un grupo o sociedad con carácter inmutable”. Por su parte, “simplificar” consiste en “reducir una expresión, cantidad o ecuación a su forma más breve o sencilla”. Podríamos resumir que las etiquetas son palabras que con poca información nos dicen mucho (en el momento en el que comentamos que estamos buscando a un niño rubio, el resto de posibilidades se descartan), pero a su vez son excluyentes y cada vez que se utilizan van perdiendo más los matices y parece que se vuelven más verdad, más permanentes y sostenidas en el tiempo.
En un vídeo de esta semana hablábamos sobre el ejemplo de Juan. Él tenía 4 años y un día llegó triste a casa. A su mente vinieron expresiones que había escuchado a lo largo del tiempo sobre él, como “eres un pesado”, “nunca sabes jugar solo”, “no puedo confiar en ti porque eres un mentiroso”, “es que pegas”, “eres torpe”, “nunca podrás cambiar”... Se acurrucó en su cama y se preguntó qué podría hacer por cambiarlo.
Está demostrado que en los 6 primeros años de vida se desarrolla gran parte de nuestra personalidad, atendiendo a lo que vivimos o lo que incorporamos a nuestro conocimiento a través de la mente absorbente, como exponía la doctora Montessori. Como seres sociales, no tenemos en cuenta solo nuestra percepción a la hora de tratar de crecer como personas, sino que también observamos las reacciones en los demás para conformar nuestra imagen y lo que dicen de nosotros o la información que obtenemos de terceras personas. Sandra puede creerse muy buena jugando a fútbol cuando chuta y mete gol, ahora bien: si ve cara de sorpresa en el contrario ante lo que ha hecho, reforzará su pensamiento, y más aun si alguien verbaliza que es buena en ello. Sin embargo, si observa desaprobación en su entrenador cuando tira y falla, quizás esta reacción sea más fuerte a la hora de constituir su autoconcepto que la primera idea que ella pudiese tener sobre sí misma, y con más intensidad si alguien añade que “es una paquete”. Necesitamos contexto para aprender a vivir en sociedad y al final nuestra autoestima depende en gran parte de los inputs que recibimos, la comparación es algo natural; de nosotros depende cómo de sana y subjetiva llegue a ser. Por si no lo leíste, en este post hablábamos sobre los cinco pasos que configuran la pirámide de la autoestima y cómo las expectativas influyen en ella.
Juan estaba recordando todas las palabras que personas de su alrededor habían utilizado para referirse a él y, sobre todo, en ese momento aquellas con una connotación negativa eran las que más pesaban en su mochila. Es duro que una persona tan pequeñita tenga el sentimiento de tener que luchar sobre lo que se piensa de él, ¿verdad? ¡Si ni siquiera la vida le ha dado tiempo suficiente de demostrar una pequeña parte de todo lo que puede hacer!
Cuando nos referimos a alguien, normalmente utilizamos junto a ese adjetivo el verbo “ser”, y cuando estamos muy enfadados o decepcionados con alguien, añadimos esos adverbios que pesan tanto, como el “siempre” o el “nunca”, proporcionales a nuestro nivel de hartazgo. “Es que no recoges nunca tu habitación”, “siempre tengo que decirte las cosas diez veces”, “es que siempre igual”. Aunque tengamos todo el derecho del mundo a enfadarnos y que nos cueste en ciertos momentos ser objetivos, lo cierto es que estos comentarios no ayudan mucho a generar conexión para llegar a una solución, sino que hacen que el peque o la persona a la que nos dirigimos se quede en la postura de ineptitud asumida y piense “para qué me voy a esforzar, si a la próxima me dirá que nunca lo hago”.
Al referirnos o encasillarnos en la parte del ser, estamos descartando, por otro lado, lo que no se es. Si somos torpes, no podemos ser hábiles, ¿no? Pero…espera un momento…yo soy muy torpe para algunas cosas, ¡y mis manos hacen cosas preciosas en otros momentos! Entonces… ¿soy torpe o no? Si somos llorones, entendemos que no podemos ser… ¿fuertes? ¿Cuál sería el antónimo? 🆘 Y si soy un desastre… ¿por qué mis libros están en mi habitación ordenados por color, autor y altura? ¡Eso no es de ser desastre? Ups… ¿será que cada vez que digo u oigo que soy algo no estoy 100% segura de estar definiéndome?
¡Pues claro! ¡Es que eso del ser o no ser la verdad es que es un poco agobiante! Dicen que somos lo que comemos, el deporte que hacemos, las personas de lo que nos rodeamos… ¡pues sí! ¡Y no! Somos mucho más que eso. Porque todos somos dualidades, y va incluido en el pensamiento de que lo que hacemos es aprender, y cambiar. Seguro que te ha pasado eso de quedar con alguien al que hacía mucho tiempo que no veías y tener una imagen de esa persona que ya no se ajusta a la realidad actual. Y qué bonito crecer junto a algunas personas, e incluso darse cuenta de que estás en momentos vitales diferentes, y aceptar y acompañar desde el respeto.
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Personalmente, me gusta bastante el concepto de “transitar”, el cual la RAE define como “viajar o caminar haciendo tránsitos”, “ir de un sitio a otro”. No solo hablando a nivel físico, sino también emocionalmente y en nuestro viaje de vida. Transitamos las emociones, los hechos, las experiencias… y pasamos por estados de ánimo. Como defiende la disciplina positiva, nuestros comportamientos no nos definen. Hay días en los que estamos más sensibles, hay días en los que estamos enfadados (esto no significa que seamos gruñones), hay días en los que nos cuesta más mantener el orden (pero no que siempre seamos un desastre), y tenemos derecho a estar. Estar felices, cansados, alterados… y todos estos estados no son permanentes.
Utilizar palabras para expresar lo que sentimos está genial. Describir las cosas también. Pero cuidado con hacer que nuestra percepción momentánea sobre el acto de un peque (por ejemplo, que haya usado la estrategia de mentir porque en ese momento no tiene herramientas para exponer la verdad) pueda hacerle pensar que vamos a perder la confianza en él porque es un mentiroso. Y si utilizamos el otro verbo… ¡que sea para dejarlos ser, en todo su esplendor! ¡No para decirles cómo deben ser!
Antes de despedirme, me gustaría recomendar un par de lecturas para poder tratar el tema con los peques. El libro de “Etiquetas”, de Joan Turú, es un ejemplo muy gráfico que representa el peso de estas y lo limitantes que pueden llegar a ser.
El cuento de “Los dos lobos”, escrito por Guillermo Gil Schröder, resume una leyenda ancestral de los indios cheroquis que habla sobre nuestras dualidades como humanos y qué cosas alimentan a los dos lobos que habitan en nosotros. Con un contenido un poco más complejo (quizás para trabajar con peques de a partir de 5-6 años), es un buen trabajo para profundizar en el autoconocimiento.
¡Y hasta aquí ha llegado el post de hoy! Creo que en diferentes etapas de nuestra vida todos hemos sido (y seremos) Juan, y aunque también la intensidad de los recuerdos depende de la sensibilidad, de la frecuencia y del impacto que las palabras tuvieran en nosotros, poquito a poco tenemos que ser conscientes de todo lo que sale de nuestras boquitas y lo que podemos generar en los demás. ¡Darnos cuenta es un gran paso!
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