Muchas familias, o la postura que resuena más en estos últimos años, es la de “no negar, no alimentar”. Es decir, cuando surgen preguntas sobre este tema, por ejemplo en clase donde nos encontramos con muchas creencias familiares diferentes y es inevitable que surja el intercambio, es la de preguntar “¿qué es lo que tú opinas?”, “¿te gustaría informarte sobre ello?”... para que poco a poco desarrollen sus creencias y lo vivan a su manera. Creo que también es importante darle tiempo a entender la parte cultural, y si decidimos poner el árbol, el belén, hacer una corona de adviento…que entiendan las creencias que hay detrás, cuál era el símbolo, por qué lo ponemos en casa, etc. Para poder darle su propio significado, es importante que alguien antes les haya contado cuál tiene para él. 

¿Cuál es la parte común? Más allá de los momentos de entrega de regalos, la Navidad suele simbolizar bastante más: encuentros familiares o con amigos que hacía tiempo que no se daban, tiempo de agradecer, planes en grupo… muy buenas oportunidades para fomentar la conexión. Cada circunstancia es diferente, y puede que hayas crecido en una familia en la que se promuevan mucho este tipo de encuentros, o también puede ser que no lo hayas disfrutado tanto o que la Navidad tenga un significado diferente para ti. Te propongo un reto: este año, en lugar de esperar momentos que ya habían tenido lugar antes o dejar que otro lo organice por ti, piensa en una pequeña cosa que te haría ilusión (contigo mismo/a o con alguien más) y plantéate el llevarlo a cabo. Puede ser salir a ver las luces, organizar un amigo invisible, cocinar juntos, buscar un momento en el calendario para ir a patinar… ¡lo que sea, pero que nazca de ti! 

La regla de los cuatro regalos

Parece que poco a poco la Navidad ha ido creciendo y, dejándonos llevar un poco por el consumismo de hoy en día, se oye hablar del “síndrome del niño hiperregalado” y las consecuencias que esto puede tener: baja tolerancia a la frustración, quererlo todo inmediatamente, no valorar las cosas… Y es que si nos paramos a pensar en un niño que se ha acostumbrado a tener 20 regalos a su alrededor en cada casa, creyendo que los traen seres mágicos que pueden hacer “chas” y crear lo que ellos quieran, tiene sentido que por mucho que les digamos que todo cuesta un esfuerzo, ellos no tengan la capacidad (ni los conocimientos sobre economía familiar, ni el saber que viene de ellos) de desarrollar la comprensión y la empatía que les pedimos. 

Es cierto que el momento de la ilusión y de no saber quién lo ha traído y pensar que todo está hecho por arte de magia, puede que sea precioso, pero también lo es recibir un regalo de una persona cuando sabes que está haciendo un esfuerzo, que ha sido algo manual o una sorpresa que le ha costado mucho tiempo de preparación, o que simplemente ha dedicado parte de su tiempo a buscar y pensar en ti. Y esta magia sigue cuando uno es adulto y más consciente del mundo que le rodea. Al final la Navidad, aparte de compromisos, sobreestimulación y afrontar realidades familiares que no siempre son iguales, también es un gran momento para intercambiar lenguajes del amor.

Por evitar estas reacciones y tratar de desarrollar valores en nuestros/as peques que consideramos importantes, se recomienda reducir los regalos a 4 opciones:

• Un regalo que fomente el hábito lector (cuento, ebook, libros por capítulos…).

• Un regalo que les haga mucha ilusión. Sí, puede ser el juguete que esté en su top 3 en la lista a Santa Claus.

• Un regalo de algo que necesiten. Como los pijamas y los calcetines en el caso del 70% de la población adulta. 😂

• Algo que puedan usar o llevar puesto. Ropa, zapatos, mochilas, pendientes… 

A veces es muy difícil reducir la lista solo a 4, y es verdad que si venimos de un entorno grande tampoco podemos quitarle a la gente el hábito de regalar. Simplemente, recordarles que más no siempre es mejor y que, como decía Víctor Küppers, lo que mejor podemos compartir con nuestros seres queridos es el tiempo, en cantidad y en calidad.

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