Si queríamos que Carla aprendiese a ser autónoma y colaborara en las tareas del hogar, igual nos estamos dando cuenta que esta no es la manera de incentivarlo, sino que después  tendremos que lidiar con todas esas deducciones erróneas. Además, cuando ya le hemos dado el premio, es difícil negociar sin ellos, pues se vuelven una adicción.

Por otro lado, intentando desarrollar la motivación intrínseca, recordemos que, como decía Dreikurs, la meta de toda persona, y especialmente en el caso de los peques, es sentir que pertenecen al grupo y a la familia. Dependiendo de la edad y de las capacidades, podemos razonar de distintas maneras:

• Si tienes o has tenido a un pequeñito en casa, de unos 2-3 años, verás que les encanta participar en colgar ropa, en recoger, limpiar… por lo que puedes dejarle las cosas a su altura para que vaya colocando los utensilios en la mesa.

• Puede que si es un poco más mayor haya pasado ya esta fase y el poner la mesa como tal no lo encuentre atractivo, pero entenderá que es un medio para llegar al fin, y que por ejemplo tener una conversación interesante mientras tanto o sentir que contribuye y que se le agradece hacerlo, lo hará con más ganas.

• Hacer una tabla de rutinas y dividir las tareas para ver lo que hace cada persona dentro del hogar también le hará ver que todos se encargan de cosas, y que si quieren pasar a hacer una actividad atractiva después de comer, poner la mesa mientras el papá o la mamá terminan de cocinar es lo justo. 

En el caso de los castigos, el razonamiento y las consecuencias son parecidas a las de los premios. Tratan de inhibir la conducta a base de alicientes externos, en lugar de razonar sobre la realidad y las consecuencias en el día a día. En lugar de castigar el mal comportamiento, Montessori alentaba a los educadores a redirigirlo hacia actividades constructivas y a enseñar a los niños las consecuencias naturales de sus acciones. 

Cuando un peque es evaluado desde fuera constantemente, pierde el criterio de saber si sus acciones son correctas o no. Cuando se le expone a un premio, por ejemplo, un regalito si “se porta bien”, entre comillas, porque portarse bien según un adulto es cumplir sus expectativas sobre lo que el peque debería hacer, pero no se le dice si finalmente lo ha conseguido o no, este empieza a dudar de si se lo merece. Esto conduce a inseguridad y a no evaluar sus propios actos, dado que siempre espera que se le dé la respuesta y la consecuencia desde fuera. Además, los castigos, y sobre todo en público, humillan y hacen que el peque pierda el deseo de pertenecer, pues se siente aislado y por debajo del resto. 

En el segundo episodio hablábamos del mayor regalo que podíamos hacer a nuestro peque y de las habilidades de vida que nos gustaría que desarrollaran. Si la autodisciplina y la responsabilidad, o la independencia de pensamiento, son cosas que tenemos en la lista, tenemos que conocer que estas medidas son contraproducentes. Te invitaría a hacer una lista durante un par de días en las que anotes todas las veces que hay algún objeto, premio o castigo/amenaza que condiciona la actuación del peque, en vez de poner el foco en la actividad como tal o en el momento presente. 

Montessori creía que los niños tienen un deseo natural de aprender y explorar su entorno. Consideraba que el proceso de aprender y descubrir era en sí mismo una recompensa para los niños. Por lo tanto, en lugar de ofrecer recompensas materiales o elogios excesivos, Montessori se enfoca en crear un ambiente en el que los niños pudieran experimentar el placer de aprender por sí mismos. Por ello, tratamos de adaptar la enseñanza de manera que sea intrínsecamente gratificante para ellos: creando actividades en torno a temas que les interesen, viendo qué habilidades tienen que desarrollar, etc. Por ejemplo, si un pequeñito tiene la necesidad de subir y bajar escalones hasta que adquiera esta habilidad, decir que lo vas a sentar cada vez que lo veas trepar y amenazar con no ir a jugar al parque no va a ser efectivo, pues al final la necesidad va a salir por un lado o por otro. Sin embargo, a partir de la observación y del ingenio, puedes mostrarle dónde sí lo puede hacer (en la entrada de casa, o en un lugar seguro y protegido), para que dirija sus energías a cumplir con eso que le estás pidiendo, lo que sí es más realista.

Cuando enfocan su atención en el proceso y en refinar sus habilidades, todo lo demás pasa a segundo lugar, y es en este momento cuando se desarrolla la concentración y la autodisciplina. Si los peques se convierten en dueños de su voluntad, el adulto empezará a respetar su dignidad y su criterio. 

¿Significa eso que no puedo corregir a mi peque? Por supuesto que no. Sin embargo, el uso de los castigos penaliza el cometer errores, y la filosofía Montessori se basa en naturalizar los errores y entenderlos como parte del proceso de aprendizaje, y entender que esto tiene consecuencias pero que lo importante es focalizar en la búsqueda de soluciones. Si sirviendo un vaso se nos cae zumo, damos los medios para que el peque pueda ir a limpiarlo y a la próxima preste más atención o siga desarrollando las capacidades que le permitan no verterlo. Ni lo limpiamos por él, ni lo castigamos sin televisión por haberlo derramado por el mantel. 

Con estos temas abiertos se me ocurren muchas ideas de las que podríamos seguir hablando más extensamente…

• Reparación de errores

• Libertad y responsabilidad

• Ideas de ambiente preparado

• Y otros conceptos de los que tengas dudas

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