¿Qué es “portarse mal”?
Laura
27 feb 2022
¡Hola, hola! Hoy hablaremos sobre la concepción de un mal comportamiento y analizaremos un poco lo que en general, nosotros, como adultos, pensamos que significa “portarse mal”. Cuando nuestro peque no hace caso a lo que le decimos, no sigue nuestras instrucciones, se mueve por impulsos, llora al separarse de nosotros, se despierta por la noche… podemos llegar a pensar que lo hace para “fastidiar” o que “se está portando mal”. Pero nada más lejos de la realidad.
¿Sabías que a veces los niños y niñas no obedecen porque no tienen la capacidad de hacerlo? Sobre todo por debajo de los tres años de edad, nuestros pequeños científicos son pura emoción y hay taaantas cosas bonitas que tocar alrededor… ¡que nuestro “no” no es tan potente como el brillante bolso de la chica de la cafetería que tiene al lado! Es nuestra mente racional, como personas adultas, la que nos hace pensar que hay un motivo detrás y que la intención es por contradecir lo que estamos pidiéndoles.
María Montessori explicaba que los peques pasan por tres niveles de obediencia durante el desarrollo: empezaban por obedecer a veces (su corteza prefrontal y el control de impulsos todavía está en desarrollo), dado que físicamente todavía se están desarrollando, y no podían conseguir siempre el hecho de obedecer. Si David un día va al Tiger y consigue estar quieto ante tus advertencias, no significa que a la siguiente vez que vayáis y no se pueda resistir a tocar ese slime que está en lo alto de una estantería sea porque quiere molestarte. Es porque todavía está entrenando su habilidad y sabe que tocar ese objeto va a producirle más placer que resistirse a hacerlo porque mamá o papá han dicho que no. Además, recordemos cómo incidía el “no” en sus acciones…
El segundo nivel de obediencia es lo que describe como obediencia ciega, cuando la capacidad de seguir instrucciones ya se ha desarrollado y lo hacen porque lo escuchan de la figura de autoridad, sin cuestionarse por qué. David entendería que sus papás le pidan recoger los juguetes, pero lo haría porque se lo han pedido. El tercer nivel, el de la autodisciplina, llega cuando ellos entienden por qué se sientan las normas y saben que es por su bienestar y el de todos. Por ejemplo, David recogería sus juguetes tras haber estado utilizando el comedor porque sabe que es un espacio compartido y que dejarlo como lo encontró favorece al bienestar de la familia y poder cenar juntos allí. No necesitaría supervisión para hacerlo.
¿Y qué podemos hacer cuando no obedecen?
Por debajo de los tres años de edad, la estrategia más útil es la redirección. Antes de los cuatro años, las normas las sienta en su totalidad el adulto, pues los peques no tienen la capacidad de razonar todavía. Nuestra tarea, como entrenadores de vida, son la prevención, la vigilancia…¡y usar nuestros reflejos! Podemos prevenir que en nuestra casa, dentro de un ambiente preparado, los enchufes tengan protectores para evitar que metan esos rápidos dedetes. Sin embargo, si vamos a casa de un amigo, seguramente nuestro peque se vea tan atraído por esos dos agujeritos que un “no toques el enchufe” no sea suficiente. Redirígelo, cogiendo su cuerpo y diciéndole lo que sí puede hacer: “¿qué tal si vamos a montar ese puzle juntos?”. Si va a hacer algo que vaya a ponerlo en peligro… ¡corre! 😜
Otro consejo es relativizar sus acciones y pararnos a analizar hasta qué punto podemos actuar o incidir en ello. ¿Recuerdas qué pasaba cuando llenábamos nuestra jarra de la paciencia? Personalmente, a mí el hecho de repetirme la frase de Dreikurs de “soy un niño/a y quiero pertenecer” cuando algo que me irrita está sucediendo o el hecho de admitir que ha sido un fallo de cálculo mío, y no algo hecho con intencionalidad por parte de ellos, me ayuda a conseguir sacar más paciencia de la manga. Por aquí te pongo un par de ejemplos:
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La familia de Marcos ha quedado con unos amigos para ir a su pueblo. Marcos tiene 4 años, y es grande para su edad; han decidido ir de ruta. Digamos que la familia de Marcos no es muy rural de costumbre. Todos parecen tener muchas ganas y después de merendar se deciden a hacer la ruta. Durante el camino, papá tiene que alentarlo a que siga el paso de los demás adultos. Marcos se detiene a jugar con las plantas y las piedras y en varias ocasiones hace que se pare el grupo entero. Al medio kilómetro, más o menos, Marcos se pone a llorar porque no quiere avanzar más y está cansado. La tarde termina en acabar cargándolo a brazos, en seguir andando un trozo llorando y en un desafortunado comentario de “de verdad, hijo, no se te puede sacar de casa, siempre lo fastidias todo”. Pero… ¡un momento! Recalculemos:
¿Has comparado tu paso con el de los niños/as alguna vez? Casi siempre acaban corriendo con sus piernecitas para poder seguir el ritmo normal de un adulto. Seguramente, en 4 años, Marcos habría salido de ruta con su familia unas 2-3 veces. ¿Cuáles eran vuestras expectativas? No sabía que de repente un niño podía andar 10 kilómetros sin cansarse. ¿Por qué se le pone el peso del poder visitar un sitio o no al peque? En verdad era el único en desventaja porque el resto tenía la habilidad y la capacidad física de poder acabarla, pero nadie se había centrado previamente en ayudarle a entrenar sus habilidades. ¿Por qué hay que andar sin parar? Para ellos es mucho más interesante ir tocando todas las flores que estén por el camino, para hablar del fútbol y cotillear sobre los vecinos hay otros momentos… ¿Quién tiene “la culpa”? ¿Quién ha calculado erróneamente y no está analizando su prevención? Marcos también podría haber ido en una mochila bien equipada si realmente querían acabar la ruta…
Podríamos poner exactamente el mismo ejemplo cuando vamos a una celebración o a un restaurante y catalogamos como “mala conducta” que los peques se levanten y se impacienten cuando llevan sentados más de una hora. ¿Es un ambiente preparado para ellos, o solo estamos pensando en nosotros? Está claro que estos momentos se darán y llegarán y no siempre todo se puede ajustar a sus necesidades, pero antes de decir cosas que realmente no sentimos, quizás podemos pararnos a pensar, a relativizar, a analizar nuestra parte de culpa y a buscar soluciones de cara a una próxima situación similar. Las unidades de tiempo no tienen el mismo significado para ellos ni la paciencia es la misma. Ellos deben entrenar su paciencia y nosotros ponerla en práctica a la hora de dejarles aprender. A ellos se les hace una eternidad aguantar mientras hablas con la prima segunda que te acabas de cruzar, lo que para ti son cinco minutos, y a ti puede que se te haga una eternidad el ver lo que tardan ellos en atarse unas zapatillas, ¡pero la práctica hace maestros!
En resumen, nuestros peques aprenden haciendo, y muchas veces encontramos en la “falta de habilidad” una razón por la que pensar que están en nuestra contra o que no quieren obedecernos. Empecemos a cambiar el “lo ha hecho porque sabe que me fastidia” por el “soy un niño/a y quiero pertenecer”. Si te gustaría hacer una consulta sobre cómo abordar ciertas situaciones y cómo poder prevenir algunos conflictos… estaré encantada de ayudarte.📩 ¡Hasta la próxima! 👋🏻
📚Referencias bibliográficas:
Montessori, M (1998). La educación de las potencialidades humanas.
Nelsen, J., Erwin, C., & Duffy, R. A. (2015). Disciplina positiva. Los tres primeros años. (1.ª ed.). España: Ediciones Omega, BCN SL. España: Ediciones Omega, BCN SL.
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