Muchas veces es difícil no extrapolar y no pensar más allá. Cuando nuestro hijo/a no quiere comerse la cena porque no le gusta lo que hemos preparado, pensamos que si no sentamos un precedente y hacemos uso de nuestro poder, pasará más veces y se convertirá en mala educación, se descarrilará, y quizás como adolescente sea incontrolable. En ese momento, son nuestros miedos y nuestra necesidad de controlar y marcar la autoridad los que están pensando por nosotros.

¿Qué cosas podemos intentar hacer para disminuir las luchas de poder?

• Cuando se da una lucha, siempre va a haber alguien que gane y alguien que pierda, pero poca cooperación se presupone con estos términos. Si al iniciar una situación sientes que necesitas ganar y que te empieza a dar igual cómo se sienta la otra persona, para y piensa si te vale la pena entrar en ella. No me refiero a no comunicar las cosas que nos molestan, pero si vemos que nuestro peque nos está retando cada vez más y que tenemos necesidad de sentar la autoridad, quizás en algún momento es bueno verbalizar “creo que estamos muy nerviosos y que es mejor dejar la conversación para otro momento", o comunicar que para nosotros la conexión como familia es lo más importante y que no va a ser productivo. Saber parar y volver a conectar con la parte prefrontal de nuestro cerebro es muuuuy difícil, pero sienta un gran ejemplo ante ellos.

• Crea rutinas y normas objetivas que no te hagan enzarzarte en conversaciones inacabables. Delegar en algo que ya estaba previamente acordado hace ahorrar bastante energía. Para ello, son útiles las tablas de rutinas de mañana y noche.

• Hazles preguntas en lugar de ordenar. Si, por ejemplo, se ha levantado de jugar sin recoger nada y se ha puesto a ver la tele, en vez de decirle “recoge” muchas veces, pregúntale: “¿podrías recordarme dónde van los juguetes que estabas usando?”.

• Usa el humor para relajar tensiones. A veces un cambio inesperado hace que cambien totalmente el mood en el que se encuentran. Prueba a, si no quiere dejar de jugar, cogerle como un saco de patatas mientras dices “¡a la ducha!” y lo trasladas al baño. Puede que sea más efectivo que estar diciéndole “te he dicho cinco veces que vayas a ducharte” desde la cocina.

• No busques culpables sobre quién tenía más razón y quién debería haber ganado, o quién empezó. Recuerda la conexión antes de la corrección y pídeles que se busque una solución en común. Valida sus sentimientos y habla sobre lo ocurrido. Por ejemplo, si Elena ha discutido con su hija porque ella quería comer rápido para irse al fútbol y la madre todavía estaba haciendo la comida, se puede decir “entiendo que estuvieras enfadada porque llegabas tarde, yo también estaba agobiada porque los contratiempos no me han dejado empezar a cocinar antes”, y enfocar en soluciones de cara a la próxima vez que pase: ayudarle a preparar la comida para que sea más rápido, poner la mesa mientras tanto para ahorrar tiempo, etc.

• Dale opciones limitadas. En lugar de decir “te vas a dormir ya porque lo digo yo y punto”, puedes preguntarle: “¿quién quieres que te lea el cuento hoy, mamá o papá?”. Así, muchas veces focalizan en lo que sí pueden hacer mientras dejan de buscar los límites que no.

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